domingo, 17 de julio de 2011

Amor, asombro y perplejidad


Siri Hustvedt, intelectual de prestigio, novelista y ensayista, esposa del escritor Paul Auster, considera que hay dos tipos de historias de amor:


  1. El mecánico -que funciona como una máquina y en el cual, para conseguir estímulos, tienes que repetir la misma fórmula una y otra vez; y
  2. El orgánico que funciona como un árbol. Crece y hay que cuidarlo y, en caso de tormentas (que siempre las hay) se puede romper una rama, sí, pero después brotan otras.
Para Hustvedt (coincido con ella), éste último es el modelo que funciona ya que la vida no es estática, sino un proceso orgánico, y las personas que consiguen permanecer mucho tiempo unidas, casadas o no, lo logran porque se acomodan a los cambios...


Un par de videos para no perderse:

  1. Plus Rien Ne M'étonne- (ya nada me asombra)

  2. De aquellos barros estos lodos


martes, 12 de julio de 2011

Todo tiene su momento...


Todo tiene su momento y hay una edad para cada cosa, un sepulcro para cada cadáver y una mancha con la que puedas disimular otra mancha más pequeña, del mismo modo que llegar tarde a un tren es una manera como otra cualquiera de llegar temprano al siguiente. todas las cosas tienen su momento y también su apariencia, como ocurre con esos incendios cuyas llamas son sin duda más hermosas que aquello que calcinan...
José Luis Alvite

Es un momento preciso y tengo la edad oportuna 
para quemar mi piel en un incendio de abrazos. 
Sobreviviré gozoso.

sábado, 9 de julio de 2011

El embargo del hambre


Hay muchas maneras de entender los movimientos de masas de los "indignados", desde creer que se trata de una impetuosa y hormonal convulsión adolescente que concluirá tan pronto en el movimiento irrumpan la rutina o el cansancio, hasta suponer que estamos ante el comienzo vibrante y pacífico de una revolución social de alcance imprevisible. Sea como fuere, no cabe duda de que los numerosos encuentros y manifestaciones surgen en un momento de descomposición económica del país y en medio de serias dudas genéricas sobre la integridad moral de sus clases dirigentes. También parece evidente que el clamor por una nueva higiene política no habría brotado si amplias capas de la población española no estuviesen pasando serias privaciones de todo tipo. Es en los momentos de hambre y desesperación cuando la sociedad proclama el carácter urgente de un retorno a la decencia que casi nadie echaba de menos durante la prolongada bonanza económica. Aunque a los ilustrados les gusta creer que el pensamiento colectivo es la consecuencia directa de la educación o del adoctrinamiento, momentos como este nos recuerdan que donde el hombre siente verdaderamente el ansia revolucionaria no es en el cerebro, sino en el estómago, y que para cualquier persona no hay momento intelectual más amargo que aquel en el que comprueba que por quinto día consecutivo tiene vacía la nevera. Es entonces cuando el hombre reflexiona sobre su situación, se mira a si mismo, se sabe libre de responsabilidad y busca culpables. ¿Y quien puede ser más culpable que los dirigentes políticos y las fuerzas económicas? ¿A quien responsabilizar de que cinco millones de españoles estén en el paro y otros muchos sobrevivan a duras penas, imitando casi el instinto de supervivencia de sus perros? ¿No es para estar todos indignados por lo que está ocurriendo en un país en el que todo apunta a que la mendicidad se convertirá tarde o temprano en una conquista laboral mientras los privilegiados de siempre organizan auténticas excursiones de casta para llevarse el dinero a Suiza en una desvergonzada peregrinación financiera que deja exhausta la capacidad de regeneración fiduciaria de la nación? 
Es difícil prever las consecuencias reales del movimiento de los "indignados", pero no es muy arriesgado suponer que va a tener un peso significativo en el porvenir inmediato de la vida española. Por lo de pronto, los partidos políticos ya han sido advertidos de que lejos de perpetuar la dignidad de la vida pública, la empobrecen, si es que en realidad no la pudren. Algo tendrán que hacer para que entre la luz en el oscuro entramado de un sistema político hermético, oscuro, a veces incluso tenebroso, en el que se perpetua una clase dirigente inamovible que se ampara en las listas cerradas para seguir en sus puestos de privilegio sin acreditar otro mérito que el discutible de pertenecer a veces a una determinada saga familiar. Por su evidente impenetrabilidad, los partidos políticos se han convertido en meros transmisores de los viejos defectos sociales de una España eternamente rancia en la que las clases pudientes evitan verse contaminadas por el aire fresco de la calle y permanecen recluidas en sus balnearios ambientes restringidos, temerosos sin duda de que la liberalización de la vida pública contamine la atmósfera de sus salones, el aire claustral y selectivo de sus casinos. Ni siquiera han conservado su dignidad los sindicatos, víctimas de una corrupción orgánica similar a la de los partidos políticos, sin duda incapaces de sobreponerse a una postración funcional a la que llegaron por su evidente falta de compromiso moral con quienes mantienen con sus cuotas a unos cuadros de mandos en cuyos comportamientos se repiten todos los defectos de la vida pública española: nepotismo, ineficacia, demagogia, flagrante desprecio por el mandato irrenunciable de las bases… ¿No parece acaso que los "indignados" hayan venido a llenar el vacío moral que dejan los partidos y los sindicatos? ¿Alguien que no sean ellos se ha atrevido en este país a proclamar la lucha frontal contra la inmoralidad social de los poderes económicos? Es evidente que los "indignados" salen a la calle motivados por la oscuridad del porvenir de millones de ciudadanos amenazados por la creciente miseria nacional. Muchos miles de ciudadanos se sienten ahora mismo amenazados por el embargo de sus salarios o de sus pisos, mientras dudan si utilizar en verano como climatizadores sus neveras vacías. Una vez que les hayan embargado el dinero y la vivienda, ¿alguien que no sean los "indignados" evitará que les embarguen también el sueño, la esperanza y el hambre? 


José Luis Alvite

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