"Tu seguridad me inspira confianza"
Hoy he decidido morir para seguir viviendo.
Me fui con lo puesto: una camiseta vieja y sudada; un pantalón corto y deshilachado; unos cálidos calcetines de deporte y mis viejos tenis, esos guantes a medida que, para mis pies, tejió el tiempo.
Me auto expulsé de mi cueva y de mi vida. Cerré la puerta, respiré profundamente tres veces, apagué mis ojos y me desvanecí...
Se abren los párpados, vuelvo a respirar profundamente, siento un nuevo latir en el pecho…
Acabo de nacer de forma extraña, en un abrir y cerrar de ojos, sin dolor de madre, sin llanto de criatura, sin comadrona y sin espasmos.
He renacido más allá de la mitad de una vida, con el pelo canoso, la vista cansada y un montón de recuerdos que no me pertenecen.
En mi mano unas llaves. Son de la puerta que tengo delante, a dos pasos. La abro, me adentro en el recibidor y contemplo un pequeño mueble que sostiene tres figuras: una cabeza -en barro- de mujer, un Buda -de madera- meditando y una figura -de cerámica- leyendo el periódico. Sobre ellos un viejo espejo de amplio marco. Y allí estaba él y allí estaba yo…
Allí se reflejaba el rostro del muerto: los mismos ojos, la misma boca; pero otra mirada, otra sonrisa y, sobre todo, un halo de nueva luz.
No es fácil renacer en el mismo sitio, con la misma cara, con las mismas etiquetas y, además, impregnado de los hábitos del que fui y ya no soy.
Puedo volver a escuchar como el corazón late a ritmo de esperanza sin más pretensión que gozar de todos y cada uno de los latidos que le quedan.
Ha vuelto la vida o, más bien, las ganas de vivir de una forma más plena, más consciente, menos dirigida por los demás, incluso por los que te aman y bien quieren.
Vivir muriendo o morir viviendo, ese es el dilema.
Con los mismos ojos y una mirada nueva, todo es distinto.
Con la misma boca, una sonrisa luminosa y auténtica, espanta tristeza y miedo.
Todo está por hacer aunque todo este hecho.
Tierno y renovado.
Joshua Naraim